Nací en Calahorra el 7 de octubre de 1935. Me quedé sin padre a los 10 años. Lo fusilaron cuando él tenía 27 años. Un día, volviendo del casino del pueblo, lo detuvieron, lo encarcelaron y a los pocos días lo fusilaron, sin ningún tipo de juicio ni nada similar.

Sabíamos que lo llevaron a la Cuesta de la Castellana, que se encuentra entre Rincón de Soto y Peralta, y allí, en una cuneta lo fusilaron.

A mí se me metió bien pronto en la cabeza sacar a mi padre de la cuneta donde estaba para darle una sepultura digna. No sabía por donde empezar, así que dirigí al juez de Calahorra y le expliqué la situación. Le dije que sabía en qué cuesta lo fusilaron, pero esta tenía una extensión de unos 5 km, y no estaba seguro del punto exacto en el que se encontraba. El juez me dijo que poco me podía ayudar.

Poco después, me dijeron que en Peralta había una mujer que conocía el lugar exacto en el que se produjeron los fusilamientos donde murió mi padre. Me dirigí allí con mi esposa, y al llamar a la puerta, la mujer me reconoció de inmediato, me dijo que yo era el hijo de “Manolo el hojalatero”. Me dijo que mi padre era músico y amigo de su marido.

Fui con ella a visitar a otro hombre, al que obligaron a enterrar los cuerpos de los fusilados en la cuneta. Nos fuimos los cuatro en un coche, hacia la zona en la que se produjeron los fusilamientos, muy cercana al río Ebro. Allí, en una pared de tierra junto al monte, el hombre había hecho una señal con una especie de azadilla, y me indicó que allí estaba mi padre. A mí me hervía la sangre y quería ponerme a excavar de inmediato, pero finalmente esperé.

Al día siguiente me fui a Pamplona a una dirección que me dieron, de la delegación del Ministerio de Sanidad, les explicamos nuestra situación. Me dijeron que no me preocupara de nada, y me dieron una serie de documentos para entregar al alcalde de Funes (dónde se encontraba la fosa de mi padre), al alcalde de Calahorra, al alcalde de Peralta, y otro para Sanidad en Logroño. Tenía que presentarlos yo personalmente.

Logré completar los trámites burocráticos, no sin varios encontronazos, y a los pocos días, con un grupo de albañiles, iniciamos la exhumación. Sacamos todos los restos que allí había y me los llevé a casa. A mi padre lo reconocimos por el brazo, ya que se lo había roto tres veces por el mismo sitio, y quedaba la marca en los huesos.

Hicimos un panteón y allí enterré a los cinco, para darles una sepultura digna a todos ellos.

Manuel Fernández Laimperial, natural de Calahorra.

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