Cada año, el 1 de diciembre, el mundo conmemora el Día Mundial de la lucha contra el SIDA. Establecido en 1988, fue el primer día dedicado a la salud en todo el mundo. Desde entonces las agencias de las Naciones Unidas, los Gobiernos y la sociedad civil se reúnen cada año para luchar en determinadas áreas relacionadas con el VIH.

Este día sirve para recordarnos a la sociedad y a los Gobiernos que el VIH no ha desaparecido, que la respuesta financiera ante las dificultades que genera sigue siendo tan precisa como cuando se estableció esta efeméride. También es necesario que la sociedad sea consciente de la manera en que el VIH afecta a las personas, de forma que podamos, entre todos y todas, poner fin al estigma y la discriminación que el virus genera y contribuir a la mejora de la calidad de vida de los mismos.

Al igual que todas las epidemias, la enfermedad del coronavirus está haciendo aún mayores las desigualdades que ya existían. El progreso que el mundo había logrado en materia de salud y desarrollo en los últimos años hace de este un año único en cuanto a la conmemoración del Día Mundial del Sida.
Por otra parte, vemos como los datos no dejan de aumentar en cuanto a los nuevos contagios, no solo de VIH, también de otras infecciones de transmisión sexual (ITS), siendo cada vez menor el rango de edad entre las que se producen. En 2018 se notificaron en nuestro país 3.244 nuevos diagnósticos de VIH. Las tasas de incidencia más elevadas se produjeron en hombres y en el grupo de edad de 25 a 29 años. El 83,1% de los nuevos diagnósticos de VIH fueron de transmisión sexual.

Desde 2001 estos datos no han dejado de aumentar en nuestro país, lo que hace que las campañas de información y sensibilización hacia la población joven sobre la importancia de la prevención sean cada vez más necesarias.

La educación en materia de salud sexual sigue siendo una herramienta necesaria para frenar el aumento de infecciones. Un mayor y mejor conocimiento de los riesgos, las consecuencias y los medios de prevención y autocuidados ayudarían, sin duda alguna, a un mejor mantenimiento de la calidad de vida de los y las jóvenes, evitando el aumento y la transmisión de las ITS. En definitiva, la prevención sigue siendo la mejor arma contra el VIH.

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